viernes, 7 de septiembre de 2012

Puertas.

    Vivo obsesionado por las puertas. Me da igual si son de doble o simple hoja, aunque prefiero las de una porque desatan con más furia mi instinto de apretar el hombro y abrirla de un golpe seco. Mi terapeuta me cuenta que esa obsesión se debe al constante instinto de búsqueda de algo mejor, y también en otras ocasiones de esperar lo peor trás ellas. Abrir puertas con esperanza, pero también con miedo y con una falsa seguridad del pillar in-fraganti.
    No sé exactamente cuando comenzó todo ésto o cuando comencé a ser tan desconfiado que necesito abrir de golpe para no dar tregua de disimulo alguno a la escena que encuentre detrás, pero seguro estoy de que algo me espera detrás de una puerta. Ésto no puede ser gratuito. No hablo en sentido simbólico ni metafórico, ni levito en el estado idílico de una puerta que se cierra para que otra se abra.
    Eso no es así. Ni soy fotofóbico ni mi color de pelo se asemeja al de la Kidman por mucha camomila usada éste verano. Mi búsqueda es distinta a la del resto y por ello puede que totalmente utópica, pero no pienso dejar de abrir las puertas con fuerza sin importarme qué haya detrás, qué nariz pueda romper o qué traición se lleve a cabo tras ella.
 
    También sé qué puertas he dejado atrás y que sensación sentí al abrirlas. En el mejor de los casos fueron sorpresas gratas, en otros eran luces que no deberían estar encendidas, y en el peor de los casos hubo Nada. Una puerta sin nada detrás no debería llamarse puerta; pierde todo sentido y razón de ser, pierde como contenedora de secretos o como barrera hacia lo prohibido. Una puerta sin nada pierde hasta el surco que deja en el suelo al abrir y que será el que siempre demuestre cuantas veces fue abierta...
 
    Puertas.
 
    Jesús Galeote

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario