domingo, 19 de agosto de 2012

Doña Francisca, Marieta, Noe, Fani y La Gañona. Unas putas muy putas.


    En un puticlub nadie está de paso, o al menos mientras tu edad y figura te lo permitan. No conozco a ni una sóla que haya cumplido su promesa de ganar ese dinero para pagar aquella deuda y largarse. Ni una. 
    Fani no se fué cuando reunió el dinero suficiente para operarse el pecho. No lo hizo, se quedó porque ganaba mucho más con su estrenado par de tetas. Marieta tampoco se fue cuando su marido encontró trabajo. ¡Qué va! Ahora es su Antonio quién viene a tomarse aquí unas copitas. Aquí, al trabajo de su esposa. También sigo yo aquí, a pesar de haber sufrido dos navajazos de Marieta por sorprenderme con su Antonio. 'Al marido de Marieta no le va la teta, señores, al marido de Marieta le va que se la metan, maricones' cantaba un día la sucia de Noe cuando supo que en la habitación 16 me hallaba yo con el exdesempleado. 
    Doña Francisca había hecho lo posible por mantener el secreto a los ojos de Marieta, la cual vivía tan ignorante que pensaba que su marido respetaba su profesión profundamente y que tras la mala racha, venía a tomar  sus copitas para celebrar que gracias a ese esfuerzo la vida empezaba a sonreírles.
    Las chicas de ciudad, en contra de lo que pueda parecer, son tontas y confiadas en exceso. A mí, esa ignorancia me vino de lujo para comprarme el iPad que tanto quería. Un par de polvos me costó. Antonio se había obsesionado conmigo de tal forma que pidió a Doña Francisca que arreglara todo para pasar una hora conmigo. Nuestra Madáme, nada amiga de las peleas de corral ni de gallinas desplumadas, se negó en rotundo hasta que un día en los que Marieta salió a hacer un servicio especial, y viendo la pobre clientela de aquella noche; accedió a venderme a Antonio por 250 euros. Al día siguiente fui yo quien pidió 300 con la amenaza de chivarme, y a partir de ese día, una vez al mes, Antonio era penetrado por el pene de la Gañona, o sea el mío, por no menos de 350 que el pobre apartaba cada día 1 de su sueldo.

    Y fue así hasta que la Noe se enteró y fue canturreando la cancioncita por todo lo largo del pasillo rojo de las habitaciones. Marieta, muy profesional, no interrumpió su servicio en la 13 con aquél camionero marroquí que cubría la ruta Algeciras - Montpellier, y, una vez acabó su horita de placer, porque sé perfectamente que con el marroquí se volvía loca de amor, salió en mi búsqueda. Me hayó cantando en el mini escenario del bar el mítico tema de la difunta Whitney Houston, I'm every woman, y en una de mis vueltas que con mucho garbo aplaudían los cinco pajilleros sin dinero que por allí quedaban... ¡zas!..
 
    La hoja del cuchillo entró fría e hiriente en mi bajo vientre. Supongo que iba buscando mi objeto de deseo, el de Antonio en éste caso, para arrancármelo de cuajo y acabar con mi carrera. Marieta siempre fue como las segundonas que empujan a la figura principal antes de bajar la escalera o como la avispada cisne que la mama mejor aún que la brasileña por tal de conseguir ser la Reina Cisne del Lago. Cuando Doña Francisca llegó al hospital, yo apenas tenía ya fuerzas para contar que había sucedido pero sí para enterarme de que al final Marieta sí estuvo de paso, puesto que la policía la detuvo con la ayuda de Nadia, la brasileña indiferente, y ahora no tiene penes que mamar en la cárcel.
    El camionero marroquí encontró consuelo en Nadia, que ahora disfruta una noche a la semana de la leyenda que Marieta fundó sobre él, y yo, la Gañona, también resultó que estuve de paso, tanto por el puticlub como por ésta vida que ahora abandono mientras Doña Francisca sujeta con fuerza el botón rojo de la grabadora.
    ¡Cuántas veces le habré dicho que hay grabadoras más modernas en las que el botón rojo se queda pulsado, Doña Francisca!

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