Ya tenemos nueva víctima de la fama fugaz. Le ha tocado a Ted Williams vivir eso de pasar de la nada a lo más 'top' en apenas horas y volver a caer. Si por el nombre no lo conocéis, seguro que habéis oido hablar del vagabundo que terminó siendo un afamado y reclamado locutor de radio por su encantadora voz. Un periodista de la cadena lo oía cada día mendigando en un semáforo, se dedicó a grabarlo y a subir los vídeos al youtube. Su voz gustó tanto a los directivos de la CBS que no tardaron en contratarlo. Y, ya sabemos cómo son estas cosas en EE.UU. La historia enganchó al público, contratos millonarios, Jack Nickolson le ofrece una película junto a él, mieles del éxito, dinero y...drogas de nuevo.
Ted ha confesado que ingresará en una clínica de desintoxicación ésta semana porque ha recaído en todo aquello que un día lo llevó a mendigar. Ahora si tenemos película de verdad. Otra vez el sueño americano termina en pesadilla.
En España al menos o somos más sensatos o el éxito realmente no te diferencia tanto del resto de los mortales. La cosa es que ya tuvimos algo sólo parecido. Recordad a Cándida que pasó de tierna ama de llaves en la casa de un locutor, a crítica y colaboradora en el programa y finalmente a estrella de cine con la película que lleva su propio nombre. Que sepamos, o mejor, que no sepamos Cándida no ha caído ni en drogas, ni en la ruina ni nada por el estilo.
Quizás el sueño español sea más modesto.
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Tema para desperezarse poco a poco mientras sube el café. Buen domingo.
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Siempre tuvo un poco de fobia a la luz natural, en su salón la persiana siempre estaba a medias, incluso en los días preciosos de primavera; era como si quisiera evitar que esa luz iluminara con su fuerza la realidad que él evitaba. Todo se le hacía más cómodo a ciegas. El no ver, el intuir y el no ser visto. Pero, aquél domingo, un impulso exhibicionista se apoderó de él. Abrió ventanas de par en par, quitó las cortinas y dejó que la corriente entrara en aquella casa para refrescarla. Quería ver qué ocurriría, qué cosas nuevas contemplaría o quién lo observaría.
La verdad fue que no ocurrió nada. Esa luz temida no hizo más que iluminar rincones ya olvidados, pero que siempre habían estado ahí. Nada había cambiado, simplemente había estado apagado, en penumbra. Se sintió ridículo, como cuando esperas un regalo que finalmente no es y pones cara de circunstancias para engañar y engañarte a tí mismo.
Aquél domingo de plena luz, no descubrió nada nuevo por tanto, sólo un nuevo círculo cromático y una certeza: ya iba siendo hora de pintar la casa.
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