Nunca cambia la sensación que experimentas cuando después de el peor día de trabajo llegas a casa y te encuentras con una tortilla de papas hecha por mamá. Más aún cuando vives sólo. No está pagado. Como tampoco está pagado su sabor. La tortilla de tu madre nunca será igual que la tuya por mucho que hayas aprendido de ella y por muchas tortillas ensayo que lleves los domingos a la playa. Nunca.
Las cosas que nunca cambian pueden producirnos rechazo por estancadas pero hay cosas que jamás jamás jamás deben cambiar. Una de ellas, la tortilla de mamá. Otra de ellas, la propia mamá. Es la única persona con la que pese a llevarte mal a rachas, tienes la conexión ciento por ciento de saber que está pasando por su cabeza. Y de saber incluso que ella sabe lo que está pasando por tu propia cabeza. Una simbiosis única, no existente en ningún otro tipo de relación e indescriptible como única que es.
Mamá, la tortilla de mamá y el aroma que ha dejado en mi cocina, son mis tres cosas que no cambian.
Y os dejo otro plan para el Viernes, Foreverness en Velvet Club después de vuestra Noche Roja: