jueves, 19 de abril de 2012

Al final comió helado.

    Natalia tenía 28 años, una labia adictiva y un par de tetas que ocupaban toda la mesa del restaurante. Solía decir que en éste tipo de cenas jamás comía. Natalia se preocupaba más de beber y terminar pedo que de los platos que copaban la mesa. Hubo bratwurst con col, codillo de cerdo, hubo puré de patatas, hubo mashed potatoes. Incluso ensalada césar, plato estándar para cualquier apetito. Al final solo comió helado.
    De vuelta a casa me lo confesó. Natalia no comía nada porque necesitaba embriagarse para estar a la altura de la conversación. Era analfabeta, inculta, ignorante total. En ningún momento durante la cena me había percatado, pero lo era. Amargamente lloró en el taxi de vuelta al hotel. Llevaba toda su vida fingiendo que sabía de todo sin saber de nada. Un par de tetas, la labia y mucha cerveza negra que la embriagara lo suficiente como para adentrarse en ciertos temas sin miedo alguno, eran sus tres mejores bazas.
    Cuando todos terminamos con los víveres, no pudo resistirse al azucarado postre de vainilla y chocolate con el que consiguió no desfallecer. El azúcar la devolvió de una irremediable muerte por inanición, pero durante los postres Natalia fue incapaz de abrir la boca.
    Suerte en tu próxima cena, querida Natalia.


    Jesús Galeote

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